Donnerstag, 29. April 2010

Déjame creer.

Déjame creer que no estoy solo.
Háblame en el silencio,
aunque te duelan las palabras,
aunque tu corazón arda como tus celos
aunque las razones te quieran guiar
por otro camino.

Es posible que no sea yo
ese atardecer que esperas,
es posible que no sea yo
la caricia que exiges,
mientras te desangra el miedo,
es posible que no sea yo
quien le robe la luz a tu piel.

Déjame creer que me necesitas
algún momento de tu vida,
aunque estemos divididos
entre tu razón y mi sentimiento.

Jesús Almibre
(chileno)

Freitag, 16. April 2010

No expresar lo que se desea.

Me pregunto el porqué tenemos tantas dificultades para decir lo que realmente pensamos y sentimos. Es algo que se puede palpar diariamente ya sea en el trabajo, en nuestro círculo de amigos y, especialmente, en la relación de pareja. Nos preocupan muchas cosas y no sabemos, no podemos o simplemente no queremos decirlas. No tenemos la capacidad de contarlas en el lugar preciso y a quien corresponde. Filtramos indebidamente la información, nos tragamos aquello que nos inquieta y tratamos de llevar las cosas como si no tuvieran ningún efecto, aparentando un equilibrio que no es tal (basta con tomarse una aspirina y el problema está resuelto, piensan algunos). Por si fuera poco, todas esas frustraciones se juntan, como lava volcánica, en alguna parte de nuestra humanidad y termina por explosionar en el momento que no corresponde y frente a quien no juega ningún rol importante en la película. La mujer se preocupa porque el marido no llegó a tiempo o no llamó a casa (habiendo tanto celular repletando nuestra sociedad), que la hija no avisó que llegaba tarde o que alguien no fue capaz de contar un problema en el trabajo pensando que no iba a pasar a mayores (pero que la realidad le demostró que finalmente fue gravitante). La amante se preocupa por lo que considera una falta de consideración (su amor no le avisó que se iba de vacaciones con su mujer e hijos), una mujer expresa su desazón porque el amante (esta vez un hombre) anda en movidas diferentes, apostando a las relaciones fáciles (habiéndole prometido que ella sería la única en su vida) y desatendiendo las llamadas telefónicas con excusas diversas. Los hijos no hablan con sus padres, por temor a perder lo que tienen o a ganarse lo que no quieren y los padres no conversan con sus hijos, porque piensan que éstos no van a entender. Así nos damos vuelta en un círculo vicioso, acumulando rabia, miedos, inseguridades y desamor.

No logramos asumir que nosotros mismos somos los llamados a cambiar en algo las cosas (aunque dicho de paso, hay también otros involucrados). Una amiga me confidenciaba que el día de su boda, antes de partir a la iglesia y mientras se dejaba remojar por el agua de la ducha, apareció, como un rayo, la incertidumbre de que si el camino por el que había optado era lo que en verdad deseaba y con esa duda llegó al altar y dio el sí, frente al cura, al novio y al resto de los invitados. No fue capaz de exteriorizar ese "no" que le diera la oportunidad de ser ella, de expresar sus verdaderos sentimientos; guardó silencio como esperando que otra persona, alguien talvez de los invitados, lo hiciera por ella. Dijo que "si", pero sentía ese "no" profundamente, golpeándole la cabeza como un eco.

Una década más tarde se dio cuenta que no podía más y pidió la separación. Tenía a su haber un grado de frustración mayor y tres hijos.

Donnerstag, 15. April 2010

No quiero.

No quiero deberes en el amor
Ni en la poesía,
No quiero reglas para cuando el sexo
No sea más que una salida
Absurda,
Un camino que se tome
Para olvidar
Lo que somos
Lo que hacemos
Donde estamos
Y con quién.

No quiero una boca
Llena de besos fríos,
Prefiero entonces el aliento
Solitario de mí mismo,
Un roce de mis propias manos
Y un pensamiento que nazca de mí
Y para mí.

No quiero un mundo
De sentimientos divagando,
No quiero decirte que te amo,
Sino amarte sin decirte nada.


Jesús Almibre
(chileno)

Sonntag, 4. April 2010

Sobre nosotros y la muerte.

Leo un libro de ese gran escritor y filósofo que es Antonio Gala y me detengo en un pasaje que no me deja indiferente: "El hombre conoce su final: el más común de todos los destinos, lo único infalible, la única verdad palmaria y evidente. Y, a pesar de ello, con valentía, en vez de suicidarse y concluir de un tajo la torturante espera, se echa en brazos de la esperanza, prosigue en su incierta andadura, y vive, y vive, y vive."… y me quedo largo tiempo pensando.

No deja de tener razón. Desde que nos engendran, vamos con ese destino a cuestas, apretando los dientes, intentando eludirlo de alguna manera, construyendo una determinada forma de vida (muchas veces la menos adecuada para sentirse vivo); no queremos enterarnos de que nos vamos a morir ni siquiera cuando hemos visto a la propia muerte llevándose a seres queridos, amigos y también a extraños entre sus brazos; en algunos casos, nuestra propia infancia ha sido testigo del llanto temeroso, de la pesadilla helada que nos acomete y que nos conduce a refugiarnos en nuestros progenitores o en una oración aprendida en la clase de religión. Ciertamente se trata de un sentimiento muy humano.

La muerte no se entiende, se encarcela y hasta se envía al exilio. Nadie se compromete con un agónico, nadie quiere estar cerca ni menos tocar a un moribundo. Hay mortales (que por supuesto no se sienten como tales) que piensan que la vida es un acto de magia e intentan cambiar la naturaleza de las cosas, utilizando los medios que la modernidad pone cada cierto tiempo en sus manos. Algunos, incluso, han cambiado el carné de “mortales”, por uno que dice “somos dioses” (paganos por cierto).

Sin embargo, terminamos más temprano que tarde, aceptando la verdad, porque no hay otro remedio para apaciguar la incomprensión y el miedo que la muerte convoca, y que se extienden como un virus en cada uno de nosotros.

Hasta ahí, una cara de la historia.

A pesar de ese final, que se nos ha impuesto como una ley absoluta e ineludible, sin el sagrado derecho a pataleo, no deja de ser increíble lo hermoso que es vivir, sea cual sea el espacio, la condición y el tiempo que nos hayan asignado; se trata de vivir en el más amplio sentido de la palabra, con la ilusión de querer dejar, como mínimo, una huella. Recuerdo conversaciones con amigos y amigas y pienso ahora que varios de ellos han hablado de vivir como si estuvieran obligados, como si la vida no fuese más que un gran peso que deben cargar, día tras día, olvidando que esto de la existencia es un espacio amplio, en el que convergen muchas cosas, la mayoría de ellas ligada al desarrollo personal.

Para mí, la vida es una novela que estamos escribiendo todos, de muchas maneras; somos una parte activa que juega su rol en pro del bienestar personal y común. Podrán existir idelogías, métodos, costumbres diversas y sin embargo, cada uno tiene la tarea fundamental de “vivir”. En ese punto nos tenemos que encontrar todos.

Cuando va pasando el tiempo, y ese destino se comienza a ver próximo, resulta inevitable plantearse hasta qué punto hemos vivido con sabiduría, hasta qué punto nos sentimos preparados para dar el paso siguiente, satisfechos y sin haber alimentado la creencia que la vida es lo único que poseemos.

Por momentos, se hace bastante incomprensible la incapacidad que demuestran algunos sujetos para abandonar la vida, considerando que con ello nos estamos acercando a Dios.

Samstag, 3. April 2010

Agua.

Eras un beso azul y profundo,
mientras el sol iba cayendo;
tus ojos cerrados no me contemplaron.

Eras un poema navegando,
llevándose el atardecer consigo.
Con el transcurrir de las horas
Mis temores convergieron
sin una razón convincente.

Cayó sobre nosotros
la última gota de luz,
cuando el viento salino
desbordaba su locura
sobre la playa.

Imprudentes,
nos quedamos en aquel sitio
cubriéndonos del frío
con nuestros propios sentimientos.

En tus brazos me dormí
con la ilusión latiendo…
latiendo…
latiendo…

Jesús Almibre
(chileno)

Freitag, 2. April 2010

Si te hubiera amado ayer...

Siempre pensé que amarte era una locura y, sin embargo, cuando terminé de darme cuenta de que me había enamorado de ti, me percaté que la arrogancia se castiga duramente, así como se castiga la ceguera.

Sé que amarte será mi suerte de por vida y que nunca vas poder corresponderme (es la parte negativa de la historia), nunca podrás disfrutar conmigo un ocaso casi apocalíptico en el que nuestros sentimientos vayan encendiéndose como lo hace el mar a la hora del crepúsculo. Siento que me perdí mucho de ti, que no supe y no quise arriesgarme a saltar las barreras ni menos las dudas, esas dudas que siempre me acompañaron mientras estuvimos cerca, mientras te fui conociendo. Ahora creo que fueron construidas sobre mi propio temor, mi propia incapacidad para enfrentar la verdad; el hecho que te estaba amando.

Es tarde, lo sé…y siento que de a poco me estoy muriendo en mis propios errores, que lentamente he ido perdiendo la facultad para oir los cuestionamientos de mi razón, porque fue ella la que cerró las puertas y las ventanas. Créeme que si pudiera retroceder el tiempo…si las luces de ayer pudieron iluminar esta noche, sin las estrellas necesarias para verte y sentirte como yo quisiera y como nunca lo hice, a pesar que en algún momento me fue posible.

Entiendo tu silencio, entiendo ese vacío que hay ahora entre nosotros…créeme que lo entiendo.

A pesar que llegué a creer que nada puede ser imposible, veo con decepción y tristeza que amarte es una utopía, porque ya no estás…ni siquiera tu recuerdo, que también me lo ha arrebatado la maldita suerte, esa misma de la que te he hablado al comienzo, esa que me dice al oído que nunca, nunca serás mía…

Si hubiese sido sabio tan sólo un momento, el preciso, para haber visualizado este destino tan doloroso, pero no lo hice y ya no hay más remedio que aceptar lo que uno mismo fue sembrando.

Si te hubiera amado ayer…

Donnerstag, 1. April 2010

Mis padres.

Hablar de mis padres es referirse a una pareja que nunca se dejó amedrentar por las adversidades que la vida les puso en frente. Pienso que algo importante los ha guiado a mantenerse juntos, puesto que han debido enfrentarse, cada cual según sus convicciones y creencias, a más de un megaproblema. He sido testigo de muchos de sus logros y fracasos en ámbitos variados, así como de la prueba durísima que lograron llevar a buen puerto, motivados por el amor que como compañeros de ruta han priorizado.

Durante mucho tiempo tuve la sensación que nuestros caminos eran muy dispares, que nuestras inquietudes no se parecían en nada y que la visión de muchas cosas de esta existencia era radicalmente opuesta. Sin embargo, y a medida que he ido alcanzando la madurez como hombre, compañero y padre, he caído en la cuenta que en muchas cosas han tenido razón. Posiblemente no en todo, porque como individuos también marcamos nuestras diferencias, pero en lo medular, en aquello que es básico dentro del desarrollo de una persona, tenemos puntos comunes que nos han permitido construir un gran puente donde sus experiencias y las mías se han podido dar la mano.

Siento que el amor que mis padres se dispensan, uno hacia el otro, es un milagro de la vida, algo que no se compra en una farmacia ni tampoco se encuentra en ninguna página de internet. No es algo que podamos adquirir con una tarjeta de crédito ni menos pagarlo en cómodas cuotas. Para entender este milagro debemos conocer el significado de las palabras constancia, paciencia, ternura, tolerancia y fe, entre otras muchas, porque han sido ellas las que han conformado el gran estandarte que mis progenitores han portado como principio básico de su convivencia, en los roles de esposos y amigos.

Cuando mis padres me vinieron a visitar a Alemania y mientras bajaban del tren, cargando sus maletas, en la estación central de la ciudad de Bonn, me di un minuto para observarlos silenciosamente, con una emoción que no quise ni pude disimular; me di cuenta, entonces, que ellos no seguían siendo aquellos padres jóvenes que he visto incontables veces en las fotografías de mi infancia; en sus movimientos y gestos de ese minuto en la estación, vi las huellas que el tiempo, inexorablemente, ha ido dejando, pero también tuve la alegría de poder percibir que el amor marcó en sus corazones otras huellas imborrables.