Mittwoch, 31. März 2010

Amada o amante.

No es lo mismo. Lo sabes y eso te aflige, aunque intentas por todos los medios de evitar el tema; sabes que lo que recibes es una mascarada, algo que no es tuyo (aunque te traten de convencer de lo contrario).

Todo comenzó en esa fiesta de la empresa, aquella a la que no deseabas asistir, porque te cansaba ver a tus colegas flirteando unos con otros, pero tu mejor amiga terminó ppr convencerte; argumentó que no podías seguir en ese estado de "mujer sin horizonte", que el amor no iba a caer del cielo ni te lo iban a pasar en una bandeja. Sentiste que tenía razón, que si bien no esperabas encontrar, por mera casualidad, al amor de tu vida, por lo menos te ibas a distraer y escapar momentáneamente de la rutina. Te acercaste al bar y te diste cuenta que te observaban. Él se acercó para pedir otro trago, miró el reloj y exclamó que la noche recién estaba empezando. Tuviste el presentimiento que se estaba dirigiendo a ti y no te equivocaste. Conversaron largamente sentados uno al lado del otro, hablándose muy cerca, al oído, porque la música era más bien un conjunto de alaridos histéricos que no les permitía entenderse del todo. Oliste su perfume (Minotaure, Paloma Picasso) y algo te estremeció. Salieron a la terraza y se quedaron ahí hasta que el amanecer fue apagando las luces del edificio.

Fue un tiempo pleno que deseaste prolongar infinitamente. Y sin darte cuenta de todo lo que estabas comprometiendo, pasaste del enamoramiento al sentimiento profundo, ese que necesita de las raíces (porque las hojas no le bastan). Un mes más tarde te enteraste que era casado hacía una década y padre de dos hijos. Fue un latigazo que rasgó tu piel, tu esencia, tu corazón..en definitiva todo. No quisiste verlo, a pesar de su insistencia, a pesar de sus llamados, pero te diste cuenta que su ausencia era una enfermedad más terrible que la omisión, por lo que terminaste aceptando las condiciones que te imponía una relación de ese tipo. Eso sí, tenías que tener claro que no eras la favorita y que quizás no lo llegarías a ser nunca. Debiste conformarte con el segundo lugar, con existir en la sombra, aceptar lo que él pudiera o quisiera darte.

Y así fue transcurriendo el tiempo, tiempo que te acostumbraste a llevar con altos y bajos, hasta el día de hoy...

Montag, 29. März 2010

Sueños.

Hay sueños que recordamos, nítidamente, al despertar; nos sobresaltan cuando todavía no hemos probado el café de la mañana y nos dejan inquietos hasta después de la ducha. Nos podemos vestir, incluso, con ellos acuestas, sin divorciarnos siquiera un minuto.

Un color, formas, imágenes blancas y negras, de dulce y grasa, palabras que retumban como un eco metálico o la simple percepción que un pariente lejano o un ser desconocido se quieren aferrar a ti para contarte algo, para expresar una penumbra o alegoría que puede carecer de todo sentido. En ocasiones has visto el rostro de los hombres sonriendo y de Dios llorando.

Intentamos abrirnos paso entre nuestras debilidades y maldiciones en el día a día que se abre ante nuestros ojos; sentimos un fuerte dolor en el pecho y, de vez en cuando, en nuestras conciencias, porque hay sueños que se esconden de nuestros sentidos, sueños que parecieran guardar un gran secreto y que lo han mostrado tan sólo una vez para prevenirnos de algo o alguien, para llamar la atención sin aceptar preguntas, dejándote inmerso en una angustia casi totalitaria, que te impide avanzar. Te detienes y piensas, tratas de recordar, pero te das cuenta que es en vano, porque la imagen que buscas se ha diluido. Sigues tu camino y vas asimilando esa sensación de que algo te preocupa, como ya asimilaste el reloj y la camisa, cuestiones que parece formaran parte de tu piel, algo soberanamente normal.

Un tema complejo, el de los sueños, con sus enigmas, sus significados, una cultura propia que nos arrastra, que nos desvela, que nos conduce hacia temores y alegrías, ingredientes comunes que componen la existencia.

Sonntag, 28. März 2010

Una prioridad cerca del mar...

Llego a Mallorca en pleno verano y como de costumbre he buscado un studio con lo necesario para dormir, preparar mi café y mi bocadillo sin tener que rendirle cuentas a nadie. A menudo salgo temprano a realizar mis excursiones y vuelvo justo para presenciar ese ocaso irresistible que me permite llevar a cabo mi tarea diaria, esto es, volcar mi atención en la problemática que requiere de un orden, muy a pesar de mis temores.

Cuando va cayendo el sol entremedio de las breves olas mediterráneas, siento que algo de mí se termina, se va irremediablemente y entonces sé que no es una casualidad que yo esté ahí, tampoco se trata de un impulso malvenido; es la voz de la vida que me habla de lo vital que es renovarse. El final de una etapa se precipita con cada movimiento del mar, con cada destello de luz que se va perdiendo en la inmensidad del océano.

Es una tarde como otras que he vivido, lo sé y por eso me gusta, aunque no todo sea igual, porque las olas que se meneaban ayer, hoy no son las mismas ni lo son las parejas de enamorados que se besan en la otra orilla, bajo un árbol que apenas se sostiene sobre una gran roca. En ocasiones los cuerpos se repiten, las caras y determinados gestos, pero nada es igual ni semejante, porque hasta los besos pueden haber cambiado. Y entonces me pregunto que cuánto he cambiado yo, cuánto de lo de ayer sigo siendo y cuánta renovación vivo en este día. A veces sucede que un email o una tarjeta te cambia la apariencia o, peor aún, los sentimientos y recuerdas que hasta hace poco te reías de los que contaban penas de amor, porque no eran las tuyas y seguías bebiendo de tu tiempo sin examinar las señales que venían para contarte sobre tu próximo destino.

Me quedé otro par de horas ahondando en las prioridades anteriores a ese email (que han estado constantemente relacionadas con mi inmadurez emocional) y no pude creer que después de tantos años, ella retomaría el contacto para decirme que su partida abrupta había tenido una razón, que no había sido para darme ninguna lección (aunque me la mereciera) ni menos para demostrarme que era capaz de estar sin mí (en realidad, sola). „Me fui sin avisarte, porque el haber entrado al departamento me habría condenado a permanecer atendiendo al dictado de mi corazón y no al de mi conciencia. Tuve la urgencia de creer en una existencia distinta.“
Resulta doloroso, pero muy útil aceptar que lo que dice la otra parte de la historia es verdad y digo doloroso, porque en sus palabras llenas de temores y resentimientos vas encontrando en ti a un ser que desconoces (que talvez nunca desearías conocer, pero que vive ahí contigo cada día). Me pregunté, entonces, cómo podría yo ir nutriéndome de experiencias que me permitieran lograr una existencia realista, en la que pudieran congeniar el ayer y el hoy como una historia que se tiene que ir aceptando como lo haces cada vez que piensas que algún día te vas a morir y que contra eso no hay remedio posible?. La respuesta llegó durante una conversación con una amiga. „Es el momento de entablar una afectiva (como también efectiva) introspección. Trátate con cariño, pero no pierdas la pista de lo que quieres y necesitas alcanzar“. Ambos sabíamos muy bien en qué dirección iban sus palabras.

Me alegra tener esta soledad que en apariencia me duele, pero que en lo más profundo de mi propia existencia ha dado paso a que yo haya tenido que redefinir mis prioridades afectivas. No sé cuánto irá a durar este proceso, pero me tranquiliza saber que, cada vez que venga en verano a este rincón de la isla, el sol caerá llevándose mis pecados

Este mundo va...

Siempre estamos apurados. Vamos dando vueltas como un carrusel, pero estamos convencidos que caminamos hacia adelante hasta que algo, que aparece mientras menos lo esperamos, te demuestra que ese supuesto avance no es más que mucho de lo mismo, pero con formas y colores diferentes. De lo contrario, por qué hablamos tanto de rutina?, por qué nos agobia esa palabra la mayor parte del día, de los meses y años de nuestras vidas?.
No es una casualidad que hoy nos afecte de sobremanera el estrés, considerando que la tecnología nos ha aliviado (o por lo menos eso creo yo) gran parte de lo que nuestros abuelos tenían que hacer. Hoy gozamos de lo que ellos no gozaron, respecto de las condiciones de trabajo y de vida en general. Si lo vemos detenidamente, nuestro diario vivir tiene todas las comodidades que la modernidad entrega (sin dejar de lado la misma globalización) y sin embargo vivimos apresurando el paso, mirando el reloj para ver si nos sobra alguna hora, porque nuestra agenda existencial está copada.
Las consultas de los sicólogos están permanentemente abarrotadas, con gente diversa, con problemas disímiles, frustraciones y anhelos que no se disimulan. Todos quieren respuestas y las quieren de los demás. Antiguamente era el interesado el que debía (porque se trataba de un deber) buscar la solución a la problemática que se presentaba y no el sicólogo (que entonces no era tema, como lo es hoy), ni el jefe, ni tampoco el vecino. El mundo se mueve inevitablemente entre la crítica y la insatisfacción, entre el desapego y la falta de confianza. Quien ose ser fiable o ser una persona medianamente feliz, está condenado al ostracismo. Lo mismo ocurre con aquellos (porque sé de buena fuente que son varios) que luchan por mantener sus ideales y principios (que son colectivos, porque se requieren para mantener una paz social).
Poco a poco nos hemos ido transformando en personajes de un teatro absurdo, que gira cada vez con mayor velocidad provocando un mareo, una desorientación individual, donde apenas hay espacio para un desahogo.
Es cierto…vamos muy rápido en muchas cosas y hemos ido ganando en el bienestar social, como a si mismo, bastante más consumo, lo reconozco ,pero hemos perdido mucho de aquellos dictámenes propios del corazón y la conciencia; algo vital para vivir bien.

Donnerstag, 18. März 2010

Quién te quiere, te conoce.

Nací un 14 de agosto de 1963 en Santiago de Chile. El hospital que cobijó mis primeros signos de vida, ya no existe; lo demolieron por viejo. En su lugar se alza un hotel cinco estrellas. Mi padre no quiso que me pusieran algún nombre suyo, pero mi madre fue persistente y al final me bautizaron con el nombre de Alex Adrián, el segundo en homenaje o desgracia de mi padre. Durante mi infancia hice las averiguaciones para cambiarme ambos nombres, puesto que lo único que deseaba era llamarme Roberto o en el peor de los casos Ricardo, me imagino que fue por la influencia de las teleseries mexicanas, en las que el galán era Ricardo Blume (que por lo general hacía sufrir a Angélica María). Las primeras letras y números los aprendí en el Chester College, un colegio del barrio. Recuerdo que cuando fui a una entrevista personal con la directora y mi madre, me preguntaron que qué haría en el caso de que otro chico me diera una cachetada; muy ligero de cuerpo respondí que se la devolvía con intereses. Mi madre se espantó, pero creo que a la directora le causó gracia, pues aceptaron mi ingreso.

Luego de tres meses me di cuenta que no duraría mucho bajo una disciplina cuasi militar, por lo que le dije a mis padres que no quería seguir ahí. La respuesta de mi madre no se hizo esperar, "te quedas donde estás y punto". Un mes más tarde, le confesé a un amigo que no aguantaba más. "Yo tampoco", se desahogó. A lo anterior se agregó la irresponsabilidad de nuestra empleada, que por darse de besitos con el hijo del vecino, se olvidó en repetidas ocasiones de ir a buscarme al colegio, provocándome un trauma de proporciones, porque la espera era en la oficina de la directora. Creo que fue entonces que descubrí que ella y el profesor de música eran algo más que colegas.

Fue transcurriendo el tiempo y, por un milagro, que aún no entiendo, mis progenitores captaron lo que yo les había tratado de transmitir mucho tiempo antes. Entonces me llevaron al San Ignacio de Alonso Ovalle y ahí me quedé hasta el fin de la secundaria. En ese colegio jesuita aprendí lo importante que es la solidaridad, "entrar para aprender y salir para servir", me inculcaron. En el quinto básico conocí a quién me guiaría en el amor por la pedagogía: Miguel Urrea. Este personaje no sólo fue un hombre que nos entregó conocimientos teóricos, sino que nos dio las armas para llegar a ser personalidades. Mi amor por las matemáticas me llevaron a ser profesor de Educación Básica con especialización en castellano. Tuve a buenos y malos profesores. Entre los primeros mi gran amigo José Luis Samaniego, secretario de la Real Academia de la Lengua Chilena, a quien guardo una tremenda gratitud. Trabajé en un colegio del Opus Dei, el Cordillera, y de ahí me vine a Alemania.

Me gusta:
- el sol.
- el pelo corto.
- observar a la gente.
- el vino chileno (especialmente el tinto)
- el salmón con espaguetis (agregar langostinos y una salsa con crema, no es mala idea)
- la ensalada griega.
- correr bajo la lluvia.
- sentarme con mi amigo Martin a orillas del Rhin y beber una cerveza.
(o deambular por las calles de Bonn, buscando un restauran express)
- la gente sincera, los que hablan directamente, sin tapujos y con respeto.
- pasar mis vacaciones en Cala D´Or, Mallorca, y escribir ahí mis reflexiones mientras escucho a Moby.
- ver los clásicos del cine.
- dormir desnudo.
- andar en bicicleta por un camino directo, como un viaje hacia el infinito.
- el amor correspondido.
- la música Chillout.
- viajar a Chile, mi país de origen.
- pensar, analizar, elegir y actuar.
- escribir y leer.
- comunicarme.
-la crítica constructiva.
- vivir apasionadamente.

no me gusta:
- lo contrario a lo que escribí anteriormente.
- el tiempo que se pierde sin mediar en las consecuencias.
- que se le hable a un muerto, lo que no se le dijo en vida.

entre otras muchas cosas...

El encuentro.

Dos corazones
latiendo
como uno,
dos formas que se entregan
sin mediar consecuencias,
esas manos
que se dicen muchas cosas
y esos labios
que guardan silencio.

Los dos seres que se aman
finalmente
se encuentran.

A dónde te has ido?.

Fue una inquietud que me sobresaltó cuando vi el espacio vacío sobre la cama; luego, la silla vacía a la hora del desayuno;más tarde, tu ropa no colgaba en el ropero ni tus libros abarrotaban la biblioteca. Entonces, sentí por un momento miedo, miedo a ese silencio demoledor, a esa soledad por la que nunca opté; mis ojos perdieron el horizonte y no supe la dirección que debía tomar.

Repentinamente mi vida había sufrido un vuelco; no éramos dos platos ni dos cervezas, tampoco el té y el café complementándose sobre aquella mesita de madera. De pronto no éramos más "un tú y yo", era simplemente "yo" y otro "yo" repitiéndose por todas partes. Impulsivamente tomé el teléfono para llamarte y confesarte mis temores, pero me di cuenta que no iba a traerte de nuevo, junto a mí. Entonces un dolor en el pecho me hizo real y caí en la cuenta que por mucho que el tiempo se propone desalojarte, tú sigues latiendo muy profundamente en mí.

Tomé mi paraguas y pensé lo triste que iba a estar hoy sentado junto a tu lápida, viviendo sólo de recuerdos.

Dienstag, 16. März 2010

El amor: un compromiso voluntario.

Es un hecho que cuando se ha vivido una relación sentimental intensa, el término de ésta estará caracterizado por la forma como se haya podido o querido escribir el punto final.

Las razones que determinan reacciones variadas se apoyan medularmente en el carácter de cada individuo y en la visión que éste tiene de los acontecimientos. Llega el instante en el que cada uno busca su propio techo donde ampararse; un camino lo más seguro posible basado en la experiencia personal. Entonces se hace difícil ser ecuánime y objetivo (más aún si consideramos que nuestra naturaleza nos guía permanentemente hacia la subjetividad). Contadas son las excepciones en las que luego de una acabada autocrítica, somos capaces de situarnos en el lugar del otro y realizar una evaluación moderada. Muchas veces esta introspección puede demorar más de lo que uno podría desear, entonces la problemática emocional tarde en encontrar el esperado equilibrio.

Una amiga me contaba que enamorarse es sencillo; basta una mirada o una sonrisa para iniciar el contacto y si lo logras, el mundo tuyo sufre una transformación medular. Dejas, entonces caer algunas barreras, te dispones a intentar una convivencia entre tu corazón y el de otro individuo. En ese primer paso, las coincidencias suelen ser numerosas y las prioridades personales quedan suspendidas hasta un nuevo aviso; la química cambia (se producen unas sustancias llamadas endorfinas) y nos ilumina la idea que nuestra pareja (porque ya hemos creado un vínculo) se acerca a la perfección, por lo que nuestra entrega emocional llega, en muchos casos, a ser completa. En el caso de esa amiga no logró ser tal, porque fue bloqueda por temores involuntarios, cargados de historias frustrantes, de miedos latentes, de una inseguridad permanente. Vio el amor metido entre sus manos y la abordó un pánico contra el que intentó luchar, pero sin lograr vencer y se tuvo que retirar derrotada y triste.

Por mi parte, muchas veces fui ciego y sordo, como también exageradamente meticuloso y racional. El análisis se involucró demasiado en las decisiones que le eran exclusivas al corazón. Tuve, entonces, que asumir la soledad que me posibilitara un desahogo antes de seguir velando por mi futuro.

Ciertamente las desilusiones duelen y, por momentos, mucho. Pero de no ser de esta manera, bien poco podríamos aprender de este aspecto que incluye nuestra existencia; estar o sentirse enamorados puede ser una expresión de una atracción o incluso de sentimientos incipientes, pero es el amor el que determina una entrega muy personal, que no involucra perder la capacidad para seguir siendo individuos, sino todo lo contrario. Una relación sana requiere de la persona para que la complementación sea efectiva. Una relación de pareja es un compromiso que se asume voluntariamente, sin prejuicios (que son precisamente un factor que muchas veces termina por afectar negativamente los sentimientos), es una oportunidad para enfrentarnos a disyuntivas que nos permitan reafirmar nuestros principios y valores, sin afán de venganza, sin el rencor quemando las entrañas. Estar relacionado sentimentalmente con alguien requiere de la valentía para asumir los riesgos, de la constancia para avanzar y de la fuerza espiritual para enfrentar la tristeza de una ruptura, así como también para vivir de una manera sencilla la codiciada alegría.

El amor es un camino largo y sinuoso; un tesoro cuyo valor es incalculable, es el desafío permanente no sólo para encontrarlo, sino para mantenerlo, por lo que es merecedor de un cuidado casi sublime, puesto que no es infinito por naturaleza, sino todo lo contrario y eso lo hace impagable y apetecible.

Escribir estas líneas no ha sido un ejercicio fácil, especialmente cuando el orgullo se antepone como un guerrero porfiado; estas palabras son la consecuencia de haber logrado entender, en la práctica lo que desde hace tiempo sabía en la teoría. Un fenómeno que aborda a la gran mayoría de los individuos.

Hoy puedo decir que, aunque la razón tienda todavía a jugar un rol protector, estoy en paz con mi corazón y mis sentimientos y que me he reconciliado con el amor y todo cuanto él significa.