Sonntag, 4. April 2010

Sobre nosotros y la muerte.

Leo un libro de ese gran escritor y filósofo que es Antonio Gala y me detengo en un pasaje que no me deja indiferente: "El hombre conoce su final: el más común de todos los destinos, lo único infalible, la única verdad palmaria y evidente. Y, a pesar de ello, con valentía, en vez de suicidarse y concluir de un tajo la torturante espera, se echa en brazos de la esperanza, prosigue en su incierta andadura, y vive, y vive, y vive."… y me quedo largo tiempo pensando.

No deja de tener razón. Desde que nos engendran, vamos con ese destino a cuestas, apretando los dientes, intentando eludirlo de alguna manera, construyendo una determinada forma de vida (muchas veces la menos adecuada para sentirse vivo); no queremos enterarnos de que nos vamos a morir ni siquiera cuando hemos visto a la propia muerte llevándose a seres queridos, amigos y también a extraños entre sus brazos; en algunos casos, nuestra propia infancia ha sido testigo del llanto temeroso, de la pesadilla helada que nos acomete y que nos conduce a refugiarnos en nuestros progenitores o en una oración aprendida en la clase de religión. Ciertamente se trata de un sentimiento muy humano.

La muerte no se entiende, se encarcela y hasta se envía al exilio. Nadie se compromete con un agónico, nadie quiere estar cerca ni menos tocar a un moribundo. Hay mortales (que por supuesto no se sienten como tales) que piensan que la vida es un acto de magia e intentan cambiar la naturaleza de las cosas, utilizando los medios que la modernidad pone cada cierto tiempo en sus manos. Algunos, incluso, han cambiado el carné de “mortales”, por uno que dice “somos dioses” (paganos por cierto).

Sin embargo, terminamos más temprano que tarde, aceptando la verdad, porque no hay otro remedio para apaciguar la incomprensión y el miedo que la muerte convoca, y que se extienden como un virus en cada uno de nosotros.

Hasta ahí, una cara de la historia.

A pesar de ese final, que se nos ha impuesto como una ley absoluta e ineludible, sin el sagrado derecho a pataleo, no deja de ser increíble lo hermoso que es vivir, sea cual sea el espacio, la condición y el tiempo que nos hayan asignado; se trata de vivir en el más amplio sentido de la palabra, con la ilusión de querer dejar, como mínimo, una huella. Recuerdo conversaciones con amigos y amigas y pienso ahora que varios de ellos han hablado de vivir como si estuvieran obligados, como si la vida no fuese más que un gran peso que deben cargar, día tras día, olvidando que esto de la existencia es un espacio amplio, en el que convergen muchas cosas, la mayoría de ellas ligada al desarrollo personal.

Para mí, la vida es una novela que estamos escribiendo todos, de muchas maneras; somos una parte activa que juega su rol en pro del bienestar personal y común. Podrán existir idelogías, métodos, costumbres diversas y sin embargo, cada uno tiene la tarea fundamental de “vivir”. En ese punto nos tenemos que encontrar todos.

Cuando va pasando el tiempo, y ese destino se comienza a ver próximo, resulta inevitable plantearse hasta qué punto hemos vivido con sabiduría, hasta qué punto nos sentimos preparados para dar el paso siguiente, satisfechos y sin haber alimentado la creencia que la vida es lo único que poseemos.

Por momentos, se hace bastante incomprensible la incapacidad que demuestran algunos sujetos para abandonar la vida, considerando que con ello nos estamos acercando a Dios.

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