Freitag, 16. April 2010

No expresar lo que se desea.

Me pregunto el porqué tenemos tantas dificultades para decir lo que realmente pensamos y sentimos. Es algo que se puede palpar diariamente ya sea en el trabajo, en nuestro círculo de amigos y, especialmente, en la relación de pareja. Nos preocupan muchas cosas y no sabemos, no podemos o simplemente no queremos decirlas. No tenemos la capacidad de contarlas en el lugar preciso y a quien corresponde. Filtramos indebidamente la información, nos tragamos aquello que nos inquieta y tratamos de llevar las cosas como si no tuvieran ningún efecto, aparentando un equilibrio que no es tal (basta con tomarse una aspirina y el problema está resuelto, piensan algunos). Por si fuera poco, todas esas frustraciones se juntan, como lava volcánica, en alguna parte de nuestra humanidad y termina por explosionar en el momento que no corresponde y frente a quien no juega ningún rol importante en la película. La mujer se preocupa porque el marido no llegó a tiempo o no llamó a casa (habiendo tanto celular repletando nuestra sociedad), que la hija no avisó que llegaba tarde o que alguien no fue capaz de contar un problema en el trabajo pensando que no iba a pasar a mayores (pero que la realidad le demostró que finalmente fue gravitante). La amante se preocupa por lo que considera una falta de consideración (su amor no le avisó que se iba de vacaciones con su mujer e hijos), una mujer expresa su desazón porque el amante (esta vez un hombre) anda en movidas diferentes, apostando a las relaciones fáciles (habiéndole prometido que ella sería la única en su vida) y desatendiendo las llamadas telefónicas con excusas diversas. Los hijos no hablan con sus padres, por temor a perder lo que tienen o a ganarse lo que no quieren y los padres no conversan con sus hijos, porque piensan que éstos no van a entender. Así nos damos vuelta en un círculo vicioso, acumulando rabia, miedos, inseguridades y desamor.

No logramos asumir que nosotros mismos somos los llamados a cambiar en algo las cosas (aunque dicho de paso, hay también otros involucrados). Una amiga me confidenciaba que el día de su boda, antes de partir a la iglesia y mientras se dejaba remojar por el agua de la ducha, apareció, como un rayo, la incertidumbre de que si el camino por el que había optado era lo que en verdad deseaba y con esa duda llegó al altar y dio el sí, frente al cura, al novio y al resto de los invitados. No fue capaz de exteriorizar ese "no" que le diera la oportunidad de ser ella, de expresar sus verdaderos sentimientos; guardó silencio como esperando que otra persona, alguien talvez de los invitados, lo hiciera por ella. Dijo que "si", pero sentía ese "no" profundamente, golpeándole la cabeza como un eco.

Una década más tarde se dio cuenta que no podía más y pidió la separación. Tenía a su haber un grado de frustración mayor y tres hijos.

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